miércoles, 13 de agosto de 2008

El campo ya no puede ser el patio de atrás


A partir de mediados de los 70 comienza en la Argentina una profunda mutación en las políticas ligadas al desarrollo rural. El modelo de desarrollo rural basado en explotaciones familiares con anclaje local en pueblos pequeños y medianos, se va transformando gradualmente en un modelo rural basado en grandes unidades productivas, controlado por grandes empresas nacionales y trasnacionales, de mayor productividad por hectárea y directamente vinculado a la exportación, ligado a un referencial cultural modernizante que pretende la progresiva asimilación del mundo rural por la racionalidad tecnológica y el mercado. Este nuevo modelo productivo que canaliza recursos financieros urbanos, tiene la capacidad de deslocalizarse e imponerse en diferentes espacios según las condiciones del mercado, vacío del fuerte contenido social y territorial que caracterizó al modelo productivo familiar hoy en crisis. La consolidación de este modelo agroexportador por encima del modelo familiar no fue inocuo en términos sociales y territoriales. Así, en las últimas décadas desaparecieron miles de productores agropecuarios (80.000 productores agropecuarios menos entre el año 1988 y el 2002), la gente migró a las ciudades (el éxodo de población dispersa y de los pueblos de menos de 2.000 habitantes afectó en sólo 10 años a más de 300.000 personas), desaparecieron numerosos pueblos, aumentaron los conflictos ambientales (desertificación, tala de bosques, erosión, entre otros). Las áreas urbanas también sufrieron las consecuencias de este cambio: aumento de población debido a los nuevos emigrantes, aumento insostenible de las demandas de empleo, viviendas, infraestructuras, equipamientos sociales y el corolario de todo ello, aumento de los problemas sociales (pobreza, marginalidad y violencia). Sin embargo, si bien estos profundos cambios promueven la concentración económica y demográfica en todo el país, paradójicamente están generando grietas a partir de las cuales emergen nuevas dinámicas, muchas de ellas complejas e imperceptibles, pero que abren las puertas a la construcción de un país más rico, más diverso y más equilibrado. Tres dinámicas son claves en esta nueva construcción: En primer lugar, más allá del tradicional éxodo rural, se produce en forma simultánea un lento proceso de renacimiento rural, es decir gente que migra de las grandes ciudades hacia las áreas rurales en búsqueda de un futuro diferente, de mayor seguridad, con mayor disponibilidad de tiempo personal, con otra forma de vínculos sociales, en contacto con la naturaleza o simplemente para construir un futuro laboral y profesional diferente al de las grandes ciudades. Si bien este renacimiento rural (de suma importancia en Europa y América del Norte) es invisible hasta ahora para las estadísticas oficiales, es muy importante en todo el país, aunque cobra mayor fuerza en áreas rurales de alto valor paisajístico y natural (costas, valles de la Cordillera o sierras). Su impacto positivo no sólo es demográfico (más habitantes, más movimiento económico, etc.), sino también social y cultural pues los nuevos “rurales” contribuyen ciertamente a dinamizar social y culturalmente las áreas rurales. Si bien la producción agropecuaria es estructural para el desarrollo económico y el poblamiento de las zonas rurales, la segunda dinámica es el importante crecimiento de la economía y el empleo rural no agropecuario. En toda la Argentina (acompañando también un proceso internacional), crecen los emprendimientos y los empleos que no se vinculan directamente con la agricultura y la ganadería: nuevas pymes manufactureras y artesanales, actividades de base tecnológica, actividades turísticas y culturales, nuevos servicios, entre otros. Estas nuevas actividades generan una trama de producción y empleo cada vez más importante, las cuales se viabilizan y potencian gracias a las nuevas tecnologías de los transportes y comunicaciones (especialmente telefonía e Internet), abriendo los espacios rurales a una compleja malla de articulaciones que van mucho más allá del espacio local, regional y nacional. En tercer lugar, está emergiendo un nuevo sentido y significado de lo rural. Durante los últimos cuarenta años la Argentina construyó un imaginario colectivo en torno de lo rural profundamente distorsionado. Por un lado se asoció lo rural como el lugar del retraso y de lo rústico, el lugar del trigo y las vacas. Algunas frases hechas validan este hecho: “mi primo del campo”, “el payuca”, “los del campo son unos brutos”, “el peoncito zonzo”, entre otras cosas, y por otro lado también se asoció al campo con la tradicional oligarquía vacuna de principios y mediados de siglo: “el estanciero”, “las 4x4”, “los ganaderos”, entre otras. Frente a esta imagen peyorativa y distorsionada de lo rural, la ciudad es vista como La Meca del progreso, la modernidad y el desarrollo, asociando crecimiento y desarrollo con urbanización e industria. Obviamente esta concepción del campo y la ciudad limitaron cualquier comprensión cierta de la ruralidad en Argentina y sobre todo el rol que el mundo rural tiene en la construcción del desarrollo del país. La mayor articulación campo/ciudad de las últimas décadas y los recientes conflictos en torno de la política agropecuaria, que pusieron en primera plana al campo, han permitido romper, en parte, esta visión reduccionista y caricatural sobre lo rural, mostrando la existencia de una compleja sociedad rural (no exenta de contradicciones), compuesta por una diversidad de actores con lógicas diferentes: productores agropecuarios de muy diversos tamaños y niveles de capitalización (desde el estanciero hasta el pequeño campesino), obreros, amas de casa, trabajadores estatales, profesionales. Todos ellos en definitiva responsables del sostenimiento del tejido productivo rural y de los equilibrios territoriales y económicos de la Argentina. Para cambiar la tendencia histórica a la hiperconcentración económica y urbana de la Argentina, que entre otras cosas vacía de su contenido social, económico y cultural a los campos y los pueblos, es necesario potenciar estos tres grandes factores de cambio anteriormente mencionados, con el objetivo de que lo rural forme parte plena de la Argentina y no sea sólo el patio de atrás de un inmenso territorio, un desierto verde dedicado sólo a la producción de carnes, cereales y oleaginosas. Una agenda política debe necesariamente considerar: el ordenamiento territorial y el mejoramiento de las infraestructuras y los equipamientos rurales de manera de generar oportunidades de desarrollo y de mejora de la calidad de vida de millones de habitantes rurales (tan ciudadanos como los que habitan los principales centros urbanos del país), la diversificación de los sistemas productivos, de manera de valorizar todo el conjunto de los recursos territoriales y no solamente el suelo y el agua (no sólo de trigo y vacas vive el mundo rural), y por sobre todas las cosas debe considerar la construcción de una nueva imagen y concepción colectiva sobre lo rural y la revalorización de las sociedades rurales como gestoras de la innovación y el desarrollo de la Argentina interior. Las crisis social y territorial que la imposición del modelo de modernización agraria genera en el territorio argentino se ha transformado entonces en una histórica oportunidad para construir una Argentina más equilibrada. En este nuevo contexto, reivindicar el rol y el desarrollo de los territorios y las sociedades rurales supera entonces la mera cuestión ideológica, para transformarse en un imperativo de política que mira el futuro más allá de nuestras ciudades.

Marcelo E. Sili
Investigador CONICET / UNS / PLIDER / Dynamiques Rurales

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